El Incal
Ah, El Incal, esa cosa maravillosa en la que Jorodowsky y Moebius pasaron ocho años trabajando en la década de 1980.
Esa cosa maravillosa que no había leído nunca y la cual, por ventura del algoritmo, me encontré de frente, me detuvo y me agarró el rostro y me dijo
Léeme.
Y yo solo asentí, y junto a John Difool, junto a las naves espaciales, junto a Deepo, salté hacia el vacío que estos dos genios crearon; tal y como su protagonista.

La verdad es que El Incal no es para todo el mundo, es muy Jodorowsky, la verdad, es un viaje, a veces sin nexo ni sentido, en el cual solo te lanzas, solo dices:
Sí.
Y todo comienza, y todo se mueve a una velocidad que no puedes explicar, y en cuestión de horas estás hundido en una guerra interplanetaria mientras tu protagonista se hace y deshace dos docenas de veces.
Bueno, suficiente de la historia, es momento de ponernos Jodos…
Todo esto de El Incal es un viaje espiritual, y no solo para Difool, sino para nosotros como lectores. Así como es bien sabido que Alejandro es un fanático de la meditación (tanto como se podría ser de un tema como ese), pues es obvio que esto sería una parte central de El Incal.
El relato es netamente espiritual, y nos embarcamos junto a John y a Deepo (a quien gracias al mismo Incal, se le es otorgado el habla) en un viaje para que John pueda ser una mejor persona.
Él mismo es materialista, adicto y más que todo banal, en el inicio es poco más que una persona que solo “quiere pasarla bien”.
Poco imagina él que el universo tiene otros planes para él.

El Incal aparece en la historia como nuestro objeto de cambio, John lo obtiene en una enrevesada secuencia de desventuras.
Y la pregunta es
¿Qué demonios es El Incal?
Pues, querido lector, es justo lo que estás pensando:
Nadie sabe.
El Incal es lo que nosotros queramos que sea, es ese significado que buscamos darle a nuestra vida, y es justo eso lo que viene a exponer Jodorowsky:
Una vida sin El Incal no vale la pena.

Desde el momento en que John encuentra El Incal todo es un desastre absoluto: guerra, odio, un grupo de personajes que no se soportan entre sí, pérdida y demás.
¿Acaso no se ve así nuestra vida cuando encontramos nuestro significado y renegamos de él?
Ese es un problema que tiene John al inicio, muy viaje del héroe, él no quiere dejar de ser John Difool, no quiere dejar de ser quien es.
John es humano, y junto a nosotros, nos acompaña a ser humanos a través de esta historia.
Sin embargo, si solo nos quedásemos en esa aventura de ser humanos, no tendríamos una historia que valiese la pena contar.

De pronto John se ve unido a otras seis de las almas, haciendo siete y formando así el grupo que llevará a John hasta el final de su aventura.
En este grupo John se une a antiguos enemigos y personas que le odian, pero ellos están conscientes de que unidos son más poderosos.
John Difool es El tonto, un cero, el eslabón más débil.
Es quien duda, quien odia, quien teme, quien reniega, quien flojea…
John tiene todo para dejar de ser quien es, para recordar un momento en que deseó ser más, vivir más, y decide mirar hacia las luces rojas de un distrito de la ciudad.

Es un viaje cósmico hacia el espacio exterior a la vez que vamos al espacio interior, pues por cada paso que damos hacia afuera, podemos dar uno hacia adentro.
En El Incal te hundes en mundos que ni sabías que existen, que quizás hemos soñado ahora gracias a Star Wars o a cualquier otra cosa que nos haga soñar en este mundo tan conectado e impaciente, pero aquí, en El Incal te tienes que sentar y ganarte el significado.
Como en la vida misma, ¿no?

No pensaba ponerme así de filosófico en este primer texto, ni que fuesen a ser casi mil palabras, pero bueno, al igual que John, me lancé en esta aventura sin paracaídas, aguardando que El Incal me rescate de la perdición cuando más lo necesito.
Y sí, muchas veces nos sentimos perdidos, sin razón de ser, sin una sola ozna de esperanza en nuestro corazón, y de pronto algo nos toma por el alma y nos lleva a un lugar al que no queremos ir, al que nos aterra ir…
Adentro.
Y es porque nos aterra descubrir en esas profundidades lo que podemos ser, y ver lo que no somos.

En este mundo somos empujados a veces, por una fuerza indescriptible, hacia profundidades que no podemos siquiera imaginar.
Muchas veces son las circunstancias que nos rodean, muchas veces somos nosotros mismos esa fuerza indescriptible.
Y hoy en día nos empuja con más fuerza, pues donde sea que miremos nos encontramos con la conformidad, con la envidia, con la banalidad.
Tenemos todo para descubrir el universo dentro y fuera de nosotros, pero preferimos ver unos bailes en un universo falso en código binario.

Y como todo viaje, este también llega a su fin; como El Incal, que se cierra sin cerrarse, dejándonos con más preguntas que certezas.
Al final, este mundo, así como El Incal, es nosotros, y nosotros somos El Incal, y este mundo.
Este mundo está sumido en sombras, en un olvido impresionante, y nosotros mismos nos hundimos a veces en ese abismo, caemos al vacío.
Pero en nosotros está El Incal, en nosotros y en ellos, y en ti y en mí, en cualquier persona gramatical que consigas.
Y de eso se trata El Incal, de salir de ser quienes somos, de mirar al mundo como si fuese parte de nosotros, como si fuésemos parte de él.
Solo con nuestro Incal en nuestras manos podemos producir ese cambio.
Pero, ¿quién se atreve a creer en uno mismo en estos tiempos?


PD: si me preguntáis, mi Incal interior es este, estos escritos, esta música, estos mundos a los que voy y vengo y en los que me sumerjo para encontrar respuestas a preguntas que ni conozco.
¿Y quién es el tonto entonces?
El tonto es el druida antiguo, de hace unos cuatro años, al borde del desamor, al borde de la muerte, temeroso de saltar al vacío y que saltó, que vino desde otro bosque a este bosque, perdido y encontrado en este lugar, siempre entre estos renglones.
Y hasta que me pase por aquí de nuevo…
Que el silencio los acompañe.




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